Segundo día sin redes sociales, que raramente también es “sin socializar”, me pillé varias veces en esa necesidad inconsciente de mirar el teléfono y abrir redes casi como si respirara, ¿En qué maldito momento dejé que se convirtiera en rutina y me acostumbre a vivir en un mundo virtual que me desconecta de la realidad? ¿Cómo pasó?
Ayer salí de casa con solo lo necesario para sobrevivir, lápiz y papel, cartera, abrigo y un par de zapatos cómodos, lo demás fue lo de menos, dónde ir, dónde escribir, qué hacer y cómo pasar el día, eso sale por si solo, esos días sin plan y sin rumbo son para lo que yo vine al mundo, yo los llamo: días para fluir y sorprenderse.
Tengo un lugar favorito para inspirarme, es un café moderno sin mucho encanto, pero donde la energía fluye sin esfuerzo. Los chicos en la caja saben que estoy aprendiendo catalán así que aunque mi acento latino me delate, siempre me hablan en su idioma, tienen un toque especial para dejar espumar la leche justo en el momento exacto, la exacta cantidad de café y el grano molido perfecto, los asientos son amplios y las mesas pequeñas, son tan incómodas para comer pero tan a gusto para escribir. Lo que más me gusta del lugar es sin duda la música de fondo, The Cranberries a veces o Thievery Corporation sonando al volumen justo para tatarear la canción, ¡Temazos vaya!, la vez que sonó Elephant Gun de Beirut “me vine arriba” como dicen aquí, ¿who tha fuck escucha folk de Beirut en un café comercial cualquiera en pleno barrio pijo?… después de ese día, supe que yo pertenecía a ese lugar. Las conversaciones ruidosas a mi lado son la oportunidad perfecta para repasar mi catalán y notar la entonación del acento en cada palabra, recuerdo que lo mismo hacía en los trenes en Londres y fue así que imité su fabuloso acento británico.
Cuando hay mucha gente, el ruido me pone nerviosa y se me dificulta fluir con las palabras con tantos estímulos a mi alrededor, así que para conectarme con mi mundo siempre hago el mismo ritual, “writing playlist” en mis oídos a un volumen considerable (siempre más alto que el ruido de fondo), doble carga de café con leche de avena, un panecito discreto para despertar la creatividad y las notificaciones silenciadas en el teléfono. ¡Comenzamos!
Literalmente yo me pierdo escribiendo, solo somos el papel, el lápiz y yo. Plasmaba todas las ideas que tengo para cerrar el año y recordaba mis momentos memorables de 2021, revivir 12 meses de memorias toma tiempo, subí la mirada y habían pasado ya 3 horas, las piernas se me dormían y era mi cuerpo diciendo -quiero caminar- lo que me hizo moverme de lugar. Caminé sin destino otras horas más, desde que vivo en Barcelona caminar sin rumbo es mi terapia favorita, es irreal lo mucho que he recorrido la ciudad a pie y las veces que me sigo perdiendo en la misma calle ¡Ay Angola! Digamos que el sentido de la orientación no es lo mío.
Sentí el rugir de mi pancita frente al lugar de sushi perfecto para una comida callejera, solecito frío y un halo de invierno me hicieron recordar cuando compraba el mejor falafel del mundo en Dublín mientras lo disfrutaba contemplando a los patitos en el parque Stephens Green, es raro ver a gente sola comiendo en un banco ¿no? pues esa siempre he sido yo. A lo lejos unos enamorados comiéndose a besos (como Mecano en Cruz de Navajas) enfrente un alma solitaria mojando el sushi de tofu en salsa de soja.
Me quedaban 7 horas del día y yo solo pensaba ¡No lo veas, no veas el puto móvil, tú puedes! Caminé en búsqueda de la fuente de entretenimiento más antigua del mundo: ¡libros!
Mi alma me pedía libros, los que tengo en casa ya eran sosos y me generaban cero ánimo de abrirlos, Tenía solo uno, un poemario que decidí dejar de leer para evitar emocionar al corazón con historias imaginarías. Digamos que prefiero fluir con lo que es y no con lo que me gustaría. ¡Pausa! Momento de enfocar nuestra energía en otra cosa.
Tenía que aprovechar mi tiempo, tenía tantas ganas de reconectar con mi creatividad en colores y papel, a mi derecha vi justo lo que quería: ¡mandalas y colores!. No puedo explicar mi fascinación por colorear mandalas, todo comenzó en Inglaterra, fueron las 10 libras mejor invertidas en mi vida, descubrí una nueva manera de calmar mis pensamientos, al fin un lugar para colorear el orden, control y el perfeccionismo que a veces se apoderaba de mi. La de veces que me frustré por que la combinación de colores se veía horrible, o por que los trazos no estaban perfectamente alineados, ¡Vaya pulso de mierda Angola!, entre más mandalas coloreaba más me daba cuenta de mi escasa compasión conmigo misma, y más que alimentar mi impaciencia, cada dibujo era una oportunidad para dejar fluir y no culparme por la imperfección o por mi falta de arte para el dibujo, el orden que tanto disfrutaba, organizaba mis emociones en cada trazo.
Encontré un hobbie que me llenaba y me tranquilizaba el ruido mental, más tarde comencé a leer acerca de la colorimetría como terapia y el poder de las formas de los mandalas como reflejo de la percepción hacia uno mismo, resulta que sin saberlo estaba haciendo una terapia creativa.
En las 4 mudanzas siguientes doné mis tesoros coloridos a las pequeñitas que cuidaba. Ayer en la librería recordé todo esto y no dude en comprar un nuevo libro para dibujar y unos colores para despertar mi cerebro creativo.
Un libro me gritaba a lo lejos, ¡ALMAS! El título ya lo era todo, parecía una novela erótica y con mi poca pasión por la lectura, sabía que erotizar mi imaginación era todo lo que necesitaba. Un libro de 300 páginas ha cautivado mi imaginación, cada capitulo es una historia en mi cabeza, ¿será la escritora y su don para hacerte sentir que estas dentro de ella? o ¿será mi imaginación e hipersensibilidad para imaginarme hasta los olores afuera del metro Ópera en Madrid? no lo sé pero, he reído, llorado y respondido al personaje principal como si yo estuviera viviéndola con él, es la historia de un escritor, ¡sí, un escritor!, Igual del que estoy enamorada, igual que lo que yo quiero ser cuando mejore mi puntuación y afine la forma de contar historias. I mean….I’m totally into it.
Después llegó la hora de mi clase de yoga, otro placer adquirido que no puedo parar de disfrutar, cerrar mi día con mantras y vibraciones, sentir mis latidos y encontrar calma con solo escuchar mi respiración es el regalo más grande del presente, es el lugar donde se reúne mi esencia: cuerpo, alma y espíritu. Tremenda gozada es darme 60 minutos de presencia al día.
No sabes lo imperfecto que puede ser un día cualquiera hasta que lo plasmas en palabras para cuando se te olvide como es disfrutar de un “día ideal”. De todo lo que me había perdido en este tiempo por mi puto vicio y afán por desconectarme de la vida de verdad a través de redes sociales. Más vivir hacia dentro para experimentar las historias, menos perderte el momento por mostrarlo en stories. (Nota mental de mi para mi)
Ya quiero ver en que resultarán 6 días de détox digital y estimulación creativa. Un día cualquiera encontré la magia de una vida sin estímulos artificiales y retomé el poder de mi imaginación.
Angola G.
Por supuesto en un día perfecto no podía faltar ir al parque a lado de casa y buscar el banco con las mejores vistas, si llegas a tiempo lo encontrarás libre, entrada gratiuita y en primera fila para contemplar el espectáculo de la naturaleza más bello de todos: el atardecer.
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