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Cotidianeidad al primer encuentro

Actualizado: 14 feb 2023



Ayer hablé con él y se escuchaba tan feliz. Desde que lo conozco lo que más me ha maravillado de él, es su expansión y apertura a la vida. Es de esos que te contagia con su armonía. Z es de esas personas que encuentran plenitud en una puesta de sol, frente a una obra de arte, o viendo las estrellas en una noche de soledad. Después de años desconectado de si mismo evitando sentir el dolor de lo inevitable, de un pasado que lo rompió por dentro. Hoy se acepta y hace disfrutable cada momento de su vida. Vive con el pecho abierto para sentir y experimentarlo todo.


La llegada de Mr. Z a mi vida ha sido esa coincidencia anhelada. Deseaba tanto conectar con alguien como él. Él y yo somos muy parecidos, venimos de pasados similares, es tan fácil hablar con él, hablamos el mismo idioma, es como encontrarnos una y otra vez en la historia del otro.


¿Qué como lo conocí?, pues verás, fue el día mas caluroso de verano, no te voy a mentir, no fue al azar, la vida ya tenía agendado el tremendo encuentro y él, las entradas para el recinto más representativo del modernismo catalán. Solo personas como él pueden comprar entradas para irse a sentar a la butaca de un Palacio en reparación. Cualquier otro habría propuesto el encuentro en un bar ortero del barrio Gótico. La fascinación de Mr. Z por el arte lo llevó a ser historiador de profesión e inversor de moneda virtual como afición.




El Palacio era su escenario que como catalán orgulloso de sus raíces, no paraba de hablar de lo que este lugar representaba para el. De la arquitectura y el modernismo catalán, pasamos a la pintura, Monet, Cavaggio y Klimt protagonizaron 45 minutos de conversación. Era la pasión con la que me explicaba el arte o el vaivén de sus manos Venecianas, pero me perdí en su mirada y su elocuencia a los 10 minutos iniciada la conversación. Lo que Z no sabia es que mi atención es dispersa y que la atracción que siento por la mente es en donde mi corazón se posa. Solo me limité a contemplarlo, a cerrar los ojos y a contar las veces que su discurso estaba lleno de "falsos amigos" cuando el italiano se le escurría por las palabras, era como ver a un niño contándote su juego favorito, podía sentir su ternura y pureza.


Mi expresión facial me delató y fue cuando preguntó con discreción -¿Todo bien? -,

- Me gusta como mueves las manos cuando hablas y la forma como expresas sin hablar- Respondí, como si fuera la respuesta más obvia de todas, me miro con gracia y se echó a reír, -¿Mis manos? Había escuchado todo tipo de piropos, pero mis manos? ¡Tú no eres normal!


La conversación pasó del arte a lo profundo, este si que era mi campo de acción, tocamos temas dolorosos, y fue aquí que algo me habló. Un hombre que mostraba y conocía sus heridas como símbolo de batallas vividas y experiencias sanadas. La mayoría siempre intenta esconderlas con vergüenza, como si el dolor del alma no se nos notara en el hablar. El caso es que escuchar la claridad y elocuencia de este hombre fue un espejo en el que me observé, y esta vez al contario de los muchos otros espejos hombres en los que me he reflejado, ésta vez me contemplé tranquila. Me impactó lo que veía de mi en el: serenidad.


Lo más atractivo de él sin duda es la manera en la que resignifica sus errores y aprende del dolor para hacerlas lecciones de vida.


- El tren parte en 15 minutos, tengo que irme, ¿Nos volveremos a ver? -

- Dejemos que la vida nos sorprenda- respondí apretando los labios escondiendo un: - No te vayas, estoy disfrutando cada minuto de este encuentro -




La sorpresa llegó dos días después cuando afuera del 603, ahí estaba él de nuevo, en camisa de lino en colores neutros. La camisa que le entallaba los hombros fuertes y le destacaba la mirada, esa bendita mirada de ojos cafés que se fundía entre el dolor y la ternura. - Mr. Z ¿Qué haces aquí?

- Viniéndote a buscar a la italiana, en moto y casco -


¡Vaya, no me lo esperaba! y ¿a dónde vamos? -A dejar que la vida nos sorprenda, ¿Quieres?- Su invitación era inevitable de resistir, al igual que el brillo de su piel y sus manos calientes tocándome la cara.


No había mariposas en el estómago, tampoco el asombro de un hombre que no dejaba de sorprenderme. Había realidad y admiración, pero sobre todo, mucha paz. Conocerlo no fue en lo absoluto amor a primera vista, si no cotidianeidad al primer encuentro.

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