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Un 23 de Febrero

No era el tamaño de su cuerpo, ni su basto pelo negro, tampoco el hoyuelo en su mejilla derecha, ni el recuerdo de un 23 de Febrero.


Suave y grave a la vez, así sonaba él. La forma de hablar sin decir una sola palabra me hizo aprender a leerlo entrelineas. A descubrir el significado de sus silencios, a contemplar sus pausas, sus miedos.

Aprendí a amar sus sonrisas, sus logros y sus cielos. Aprendí a amarlo de día con energía rebosante, y de noche con su sexo fulminante.


Me gustaba su actitud para soñar despierto y adoraba su forma de emocionarse sin miedo.


Con la inteligencia intacta para sobresalir, y sus inseguridades gritándole por dentro: ¡deja ya de fingir!


Mirada de niño herido, cuerpo de hombre valiente. Años de práctica en la evasión hicieron que el amor no fuera opción, o al menos eso decía él, hasta que me conoció.


Un hombre que provocaba saciar la sed de deseo,

Un niño que evocaba ternura para abrazarle los miedos,

Aquella alma de ojos marrón, barba abundante, labios pequeños y corazón gigante.


Con paciencia me dejo adentrarme, con cautela me invitó su mundo. Compartimos, instante. ternura y deseo Meses de espera para descubrir la magia tan grande que guardaban sus dedos.


Ya no recuerdo su cara, tampoco la forma de su cuerpo, he olvidado su nombre y hasta su dirección, pero nunca olvidaré la sensación de su piel, la tesitura de su voz y esa maldita ternura en su mirada donde todo comenzó.


Ésta historia termina con dos desconocidos que un día se entregaron el alma y hoy cuando se cruzan por la calle ni siquiera se voltean a ver.


Suerte de haberle querido, suerte la mía de recordarlo otra vez un 23 de Febrero escribiéndole al olvido.




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